Decenas de ‘diablos’ recorren las calles de las parroquias rurales de la Capital del Centro del Mundo durante la Semana Mayor.

De esta forma, la industria turística de Quito se recupera con una oferta fresca, renovada y biosegura, que consolida a la Capital del Centro del Mundo como el destino ideal para v

El Viernes Santo inicia muy temprano para los diablos de La Merced y Alangasí. A las 4 de la mañana, se reúnen todos para pintar sus cuerpos con extrañas formas donde predomina el color rojo.

La comida y bebida no faltan durante la preparación. Los diablos necesitan fuerzas para participar en la procesión y festejar la muerte de Jesús.

Los trajes que llevan los diablos son variados y depende del gusto de cada participante. Algunos tienen cola, similar a la de los caballos. Otros de blanco y negro, pero todos coinciden en la tenebrosidad de las máscaras.

Durante el Vía Crucis de Viernes Santo se recrean distintos pasajes bíblicos, desde el apresamiento de Jesús hasta su muerte en la cruz. Cada humillación sufrida por el personaje de Jesús es celebrada por los diablos. Ese es su papel en la procesión.

Los diablos interactúan también con las personas que asisten a la romería. Luego de una risa estruendosa, se escucha el llanto de un niño que se oculta en el regazo de su madre por el miedo a los diablos. “Algunos padres se nos acercan y nos piden que les asustemos a los niños. Eso es parte de la tradición”, nos cuenta Patricio, quien es diablo desde hace más de 10 años. Cuando finaliza el Vía Crucis, los diablos se retiran a celebrar el triunfo de la muerte sobre Jesús. “No cualquier persona puede ser diablo, es una tradición que hemos heredado de nuestro padres y abuelos”, nos narra don Tomás, anfitrión de la diablada en Alangasí. “Además, para ser diablo debemos comprobar que sea un buen hombre, trabajador, buen esposo, buen padre, buen hijo… Ser diablo es solo un papel en esta semana”, añade.

Mientras don Tomás relata cómo llegó a ser diablo en Alangasí, el resto de sus compañeros comen para recuperar fuerzas de la procesión del Viernes Santo. Al percatarse de nuestra presencia, uno de los capataces de la diablada nos invita a acompañarlos en la mesa y degustar un sabroso caldo de gallina, preparado por los familiares de los diablos.

Cuando terminamos de comer, don Tomás reúne a los diablos y nos piden salir de la sala. “Necesitamos un momento de privacidad para coordinar algunas cosas”, nos dice. Luego de 10 minutos se reabren las puertas del salón y nos permiten ingresar nuevamente. Los diablos están en fila recibiendo voladores, cohetes y fuegos artificiales que van amarrando en sus tridentes y lanzas.

Mientras José, uno de los diablos sujeta el volador a su tridente, nos cuenta que su máscara está realizada con cabello natural y cachos de chivo. “Cada diablo hace la máscara y el traje a su gusto y sus posibilidades. Durante esta semana representamos todas las tentaciones y lo malo que tiene la humanidad, pero en el fondo tratamos de ser buenas personas y nos cuidamos todo el año, para que nadie se desvíe del camino”.

Cuando el pingullero silba su instrumento y toca el tambor, los diablos salen a la calle y empiezan su peregrinar hasta la Iglesia de Santo Tomás, en el parque central de Alangasí. En el camino, algunas personas buscan tomarse fotos con los singulares personajes, mientras que los más pequeños, huyen temerosos ante la macabra risa de los diablos.

La iglesia, aún a oscuras por la muerte de Jesús, está completamente llena. Los parroquianos están acostumbrados a que los diablos ingresen al templo previo a la bendición del fuego. Don Tomás nos cuenta que es el único lugar en el mundo donde el diablo se pasea en la casa de Dios.

El sacerdote inicia la misa de Pascua en los exteriores de la iglesia e ingresa junto a los monaguillos con el cirio pascual encendido, a la voz de “Luz de Cristo…”. Luego se entona el pregón pascual y cuando los fieles entonan el Aleluya, los diablos salen ahuyentados por el triunfo de Jesús sobre la muerte.

En el parque central se ha preparado una hoguera donde los diablos encienden los fuegos artificiales que explotan a pocos metros del suelo, causando temor y asombro entre los presentes. “Estaba esperando que los voladores suban muy alto”, dice un turista lojano que mira asombrado el comportamiento de la diablada.

Una vez que termina este ritual, los diablos se retiran a descansar y a preparar el ahorcamiento del diablo mayor, un monigote preparado para ser colgado luego de la misa de Domingo de Pascua.

Según Nathaly Escaleras, presidenta del GAD Alangasí, la diablada es parte de la tradición del pueblo alangaseño y mercedario. “Cada vez tenemos más visitantes que buscan vivir esta manifestación cultural, lo que es una buena oportunidad para que el mundo nos conozca y que se reactive la economía en nuestra parroquia”, añade.

De esta forma, Quito cierra la celebración de la Semana Santa, entre procesiones, romerías, ceremonias y tradiciones que convierten a la Capital del Centro del Mundo en el destino ideal para visitar durante esta época del año.